domingo, 10 de marzo de 2013

Hoy

Hoy mi casa huele a zanahorias recién recolectadas.

Una auténtica maravilla.

¡Feliz domingo!



sábado, 9 de marzo de 2013

Disfrutando


Estos días de buen tiempo, al final del invierno, son alucinantes.

Días de sol, de cielos azules, de temperaturas diurnas cercanas a los 20º.
Son días increíbles, por lo esperados después de muchas semanas de días cortos, frío y mal tiempo. Pero también son increíbles por su futilidad: no durarán mucho, no pueden durar mucho. Aún estamos a principios de marzo, aún es invierno. Aún hará frío y lloverá.

Pero estos días… ah, estos días. Estos días en que ya no coges el abrigo para salir durante el día, sino la chupa de verano. Estos días en que te pones a hacer cosas que no quieres hacer y mira, acaban saliendo estupendamente. Estos días en los que dejas la casa patas arriba, la ropa sin lavar, la cama por hacer y sales más o menos voluntariamente, sin saber que no volverás hasta después de comer, de comer en un sitio que no esperabas.

Y vuelves a casa y regar las plantas es un auténtico placer. Las zanahorias están enormes, o lo parecen. La orquídea tiene unos capullos prometedores. Las freseras están más alegres y parecen estar recuperando ya el color (y tienen una seta de nueva acompañante). Y una incipiente flor se asoma desde el aloe vera.

Y llegan las tardes, las tardes de esos días. Tardes pausadas, en las que el sol se pone muy, muy despacio, alargando por fin los días (sí, ¡por fin! ¡alargando!). Y por fin empiezas lo que has dejado aplazado: poner lavadoras, recoger ropa, cambiar sábanas mientras el sol cae. Incluso encuentras un momento para coger las agujas y tejer, tejer un proyecto que ya casi tenías medio olvidado. Y no te das cuenta y tienes las ventanas abiertas. Y no hace frío. De momento. Y va bajando el sol y ya las tienes que cerrar, te tienes que abrigar. Y sabes que esa noche, cuando salgas, tendrás que volver a llevar el abrigo.

Pero no importa.

No, no importa.

Porque has disfrutado de ese increíble día de buen tiempo de final del invierno, de su cielo azul, de su energía. Aunque no hayas hecho nada especial ni nada extraordinario. Aunque lo único que hayas hecho sea mirar al cielo, a ese cielo de azul increíble. Aunque apenas hayas sentido el roce del sol en tu piel. Pero sabes que está ahí. El sol, el buen tiempo, la vida.

Y poco a poco llega la noche. Esas noches frías de final del invierno que son más duras por el contraste con la claridad, la luz, la calidez y la energía del día. Pero no pasa nada, no, no pasa nada. Te abrigas, te tapas un poco, disfrutando de la energía de ese día de buen tiempo que te ha llenado de calidez la casa, las plantas, a ti misma e incluso, sí, incluso a tu corazón.

En las fotos, mis plantas, en un día de buen tiempo, al final del invierno.







jueves, 7 de marzo de 2013

Causeway Coastal Route

Hay una carretera costera, en Irlanda del Norte. Es una carretera que corre más o menos paralela al mar, aunque en ocasiones se bifurca hacia el interior, permitiéndote descubrir paisajes nuevos. Es una carretera que bordea pequeños pueblos y castillos abandonados. Es una carretera envuelta del verde de los campos, de los balidos de las ovejas, del azul del cielo (si es que está despejado), del gris oscuro del mar. Es una carretera que lleva a algunas de las atracciones turísticas de la zona, como un puente colgante o la Calzada del Gigante. Es una carretera que te lleva a sitios menos conocidos, como Torr Head, el punto más cercano entre Irlanda y Escocia. Es una carretera por la que te puedes perder durante dos días sin problema (incluso más), donde puedes improvisar dónde comer y dónde dormir, donde puedes decidir dónde parar, qué fotografiar y de qué paisaje disfrutar. Es una carretera para recorrer en coche, haciendo malabarismos para conducir por la izquierda, para disfrutarla en compañía, con música de fondo y alegre charla. Es una carretera que te hace sentir viva, que disfrutas en cada instante, que puedes acabarla en el punto que quieras y volver a tu punto inicial. Es una carretera para verla, para vivirla, para recorrerla, para conocerla. Es una carretera para no olvidar.

Y allí pasé yo dos fríos días de febrero, en una carretera costera, en Irlanda del Norte.

 






 






 


miércoles, 6 de marzo de 2013

Dientes

Me muerdo los dientes. Eso se llama bruxismo pero a mí el dentista me lo describió muy claramente: “te muerdes los dientes”. Conozco bastante gente que padece bruxismo. Yo no sabía que lo padecía hasta que me fui a hacer el otro día la revisión anual. Mi dentista parece que se enfada cuando lo voy a ver cada año más o menos. No porque tarde en ir sino porque, insinúa, no necesito ir. Esta vez hacía año y medio que no iba. Y fui porque me dolían dos dientes. En concreto, me dolían dos muelas, una de la parte de arriba y otra de la parte de abajo. Y otra vez se medio enfadó conmigo “tienes una dentadura perfecta [*]”, me dijo, “no hay ningún problema”. “Pero me duelen dos muelas”, le dijo. “Claro, es que te muerdes los dientes”.

Desde que me lo dijo me he dado cuenta de que sí, me muerdo los dientes. No sólo por la noche, que no lo sé. Durante el día, me muerdo los dientes. Estoy sentada, delante de la tele y me muerdo los dientes. Estoy leyendo y me muerdo los dientes. Estoy tumbada en el sofá y me muerdo los dientes. Ahora que soy consciente, intento evitarlo. Es algo nervioso, dice el médico. Sí, soy una persona nerviosa. Me he dado cuenta que me los muerdo sobre todo en momentos de relajación (contradictorio, ¿no?). Pues eso, leyendo, viendo la tele, tumbada descansado. Pero ahora intento no morderme los dientes. Y hay días que lo consigo, hay días que no me duelen. Otros, por algún motivo, estoy más nerviosa o preocupada de lo normal y me duelen, porque me los he mordido.

Dice el dentista que si me sigo dañando el esmalte me pondrá una férula de descarga. Lo que no me aclaró cuándo sería, si cuando vuelva el año que viene o cuando vaya a hacerme la limpieza. Ah, la limpieza. Tenía hora el lunes de la semana pasada, justo a la vuelta del viaje. Pero mi día libre se convirtió en día de trabajo, se me trastocaron los planes y me olvidé. ¡Me olvidé de ir a hacerme una limpieza bucal! Hoy, cuando he llamado para pedir perdón y volver a pedir hora, me he sentido tan tonta, que creo que susurraba al teléfono “Yo… es que… tenía hora para una limpieza y… ¡me olvidé!”. Qué patético, ¿no?

Total, que igual cualquier día me pongo a dormir con una cosa entre los dientes. No es nada del otro mundo y creo que será bueno para mi esmalte y malo para mi nueva afición de morderme los dientes. Y el lunes a las 5 de la tarde tengo que ir a hacerme una limpieza. Que alguien me lo recuerde, por favor.

La foto no tiene nada que ver con el post, pero he sido incapaz de pensar en una foto sobre este tema. Y de hacerla. La foto es una chorrada que me encanta.

[*] Mi dentadura no es perfecta, ni mucho menos. Tengo los dientes amarillos. Pero según mi dentista, eso sólo es un color. Igual que hay gente rubia y gente morena, hay gente con los dientes blancos y gente con los dientes amarillos. Yo los tengo amarillentos. Igual que hay gente que se tiñe el pelo, hay gente que se blanquea los dientes. Pero sólo es estética. Mi dentadura es perfecta, pero no porque sea bonita, sino porque no tiene caries y está sana.

martes, 5 de marzo de 2013

Glendalough

Glendalough es un valle en el condado de Wicklow, en el que se encuentra un monasterio medieval y dos lagos, por donde vale la pena darse un paseo. Un lugar para pasear, para perderse, para disfrutar. Un lugar agradable, incluso con pocos grados de temperatura. Un lugar que puede llegar a resultar familiar nada más verlo, pues en él se han rodado muchas películas (como se puede comprobar aquí). Las que más recordé yo fueron “Postdata: te quiero” y “Tenías que ser tú”. La primera me encanta, no me canso de verla. La segunda es una tontería que vi hace poco por la tele de casualidad, pero de la que reconocí unos cuantos escenarios. Y quiero volver a verlas, para ver si identifico esos lugares por los que paseé en un día frío del febrero irlandés.

Visitar los jardines de Powerscout fue algo cuanto menos involuntario. Pero bueno, no estuvo mal pasear entre sus árboles variados y por los inmensos jardines en los que también se han rodado muchas películas (como se puede ver aquí). Recuerdo el frío, mucho frío. Y el jardín japonés. Delicioso.

Fue un buen día. Cuanto menos, curioso.




 






lunes, 4 de marzo de 2013

Una carta

Hoy he escrito una carta. Pero una carta como las de antes, en papel. Y con pluma. Hoy he escrito una carta con pluma y tinta negra, en papel de color azul.

Es una carta que quise escribir hace cosa de un mes, pero entonces no me atreví. Es una carta en la que llevo pensando algún tiempo, que se ha ido modificando en mi cabeza, hasta ser al final lo que ha sido.

No es una carta de amor, pero tampoco de desamor. No es una carta triste, pero tampoco alegre. No es una carta de ruptura, pero tampoco de reconciliación. No es una carta de amistad, pero tampoco de hostilidad. O, en realidad, tal vez sea todo eso.

No espero respuesta a esta carta. Básicamente, porque hay respuestas que nunca quieres recibir. Pero cuando ya sabes cuál va a ser la respuesta, no la necesitas. No espero respuesta a esta carta, así que espero que el destinatario no la responda. No creo que lo aguantara.

Al principio, no estaba segura de querer enviar la carta. Ahora tengo claro que sí que la enviaré. Es más fácil plasmar las cosas sobre el papel que decirlas a la cara. ¿Es de cobardes? Sí. Pero también es más sincera, porque es una reflexión calmada, más madura y real que la retahíla de palabras que pueden salir por la boca cuando no te paras un segundo a pensar y que las estupideces que puedes escribir en un correo electrónico nocturno, con la embriaguez, descaro y estupidez que sólo el vino te da.

Hoy he escrito una carta. Con pluma, tinta negra y en papel de color azul. Y en esa carta va un poco de mí, una parte de mí. Una parte de mi yo de las últimas semanas, de los últimos meses, casi de los últimos años. Es una carta que marca un principio y un final. O tal vez un final y un principio. Es una carta que me ha hecho llorar mucho, sí mucho, lo admito. Mucho. Pero también es una carta que necesitaba escribir. Porque, a veces, tienes que soltar todo lo que llevas dentro para poder continuar. Tienes que soltar todo el lastre que te ata. Tienes que dejar atrás todo lo que te aprisiona. Aunque en esa huída hacia delante dejes atrás una parte de ti, un pedacito de tu corazón que sabes que nunca recuperarás. Aunque te duela hacerlo. Aunque lleves tiempo intentando hacerlo. Y evitándolo. Pero sabes que lo tienes que hacer. Aunque no sepas hacia dónde vas, a dónde te llevará esa huída hacia delante.

Hoy he escrito una carta y ya no sé si la he escrito con la cabeza o con el corazón. Una vez, hace mucho, decidí que todas las decisiones de mi vida las tomaría siempre con el corazón, no con la cabeza. Y esta vez no sé a quién he hecho caso. Creo que al corazón. Tal vez por eso duela.

En la foto, la carta. O, lo que es lo mismo, yo.

sábado, 2 de marzo de 2013

“El lado bueno de las cosas” de David O. Russell

Este año no vi los Oscar. Ni los Goya. En el caso de los Goya, estaba por Belfast. Para los Oscar ya había vuelto, pero estaba recién aterrizada y al día siguiente trabajaba (contra mi voluntad), así que decidí dormir. Son pocas las veces que me he perdido los Oscar y, en los últimos años la tradición ha sido la misma: ir a casa de mi hermana y verlos allí. Es lo que tiene tener una hermana con Canal+.

Pero, como decía, este año no los vi. Así que sólo pude ver en diferido el momento maravilloso de Hugh Jackman levantándose a rescatar a Jennifer Lawrence de su caída. Ah, Hugh Jackman. Ese hombre.

Sólo había visto una de las pelis de los Oscar: “El lado bueno de las cosas”. La vi ya hace algunas semanas, antes del viaje. Es una peli extraña, curiosa. Primero porque te la venden como lo que no es: fui con unas amigas esperando ver una comedia romántica sin más pretensiones. O no entendí el tráiler, o me engañaron vilmente. Bueno, no es una comedia romántica, claro que no. Cuando la fui a ver, no recordaba que tenía nosécuántas nominaciones a los Oscar. Eso debería haberme dado una pista de que la peli era más que una comedia al uso.

Es una peli sobre un tipo que vuelve a casa de sus padres después de pasar una temporada en una institución mental. Le ingresaron por agredir al amante de su mujer y le diagnosticaron bipolar. Sus intenciones son volver a recuperar a su mujer y tratar de hacer una vida normal a pesar de su enfermedad, aunque pasa un tiempo hasta que la acepta. En su camino están sus padres, con sus propias neuras y problemas, y una vecina que también ha pasado por momentos duros y trata de seguir adelante con su vida.

Debo admitir que hubo ratos que lo pasé mal, muy mal. Es una película dura, sobre todo al principio, en la que el protagonista no quiere aceptar la realidad que le rodea, no sólo su enfermedad sino el hecho de que su mujer no quiera nada con él. También es dura por todos esos otros personajes que le acompañan, cada uno con sus propios problemas y complicaciones, cada uno intentando sobrevivir y tirar adelante en su vida. Luego la película da un giro y se vuelve típicamente americana, típicamente positiva y casi alegre. Normal, necesario. No están los tiempos tampoco para recrearnos en la negatividad y permitir que sigamos cayendo en el desánimo. No, señor.

Es una película recomendable. Está muy bien y vale la pena verla. No sé si se merece tantas nominaciones como las que ha tenido, probablemente sí, pero no he visto más pelis de Oscar, así que no puedo comparar. Repito, vale la pena. Pero que nadie espera la típica comedia romántica de Bradley Cooper (Dios, ¡qué guapo!). Es bastante más que eso.