domingo, 28 de junio de 2015

Cuentas rosas

Un día cualquiera, en el mar. Juraría que era por la tarde, aunque los días de mar son largos y lo de comer a las 12 hace que las tardes sean mucho más largas que las mañanas. Acaba un muestreo y me voy a mi lugar favorito del barco, como hago siempre. Según avanza la maniobra y la red va subiendo por la rampa, me acerco a la zona en la que los marineros trabajan pero me quedo a un lado, por seguridad y para no interrumpir su trabajo. Como pasa a veces, la red que está subiendo lleva enganchado hilo de pescar: el mar está lleno de deshechos y los restos de útiles de pescar (redes, hilos de palangre, anzuelos) son parte habitual de la captura. Un marinero arranca los trozos de hilo perdido que han quedado enganchados y lo lanza a mis pies. Los miro, con curiosidad, en busca de anzuelos, y veo dos pequeñas cuentas de color rosa. Es verlas y saber que las quiero, es verlas y saber que esas cuentas tendrán una nueva vida. Un colega que también va a la cubierta al final de cada muestreo para fotografiar la captura, me comenta que probablemente sean restos de hilo de algún pescador recreativo: los profesionales no suelen adornar sus artes con cuentas de colores. Cojo el hilo y, casi sin pensarlo, actúo: saco la navaja del bolsillo, que lleva conmigo casi trece años surcando los mares, corto el hilo y guardo las dos cuentas rosas en uno de los bolsillos de mis pantalones.

A lo largo del día y al día siguiente, jugueteo de vez en cuando con las cuentas rosas. Me olvido que las tengo ahí y, jugando con ellas, las recuerdo. No quiero perderlas. No quiero que desaparezcan en la lavadora. Sé lo que quiero hacer con ellas. Así, en algún momento, las guardo en algún lugar seguro, no sabría decir dónde, han pasado tan sólo unos días y ya no lo recuerdo. Tal vez fue en la funda de las gafas. Tal vez fue en el estuche con una rana que compré en Ibiza. Tal vez fue en el neceser. En cualquier caso, las guardo a buen recaudo porque cuando vuelvo a tierra, vuelven conmigo.

Cuando, en casa, deshago el equipaje, las encuentro. Las enjuago con agua dulce, aunque dejo algunos restos de animales marinos que ya habían empezado a colonizarla, no me molestan. Las dejo en la cocina, en la encimera durante varios días. Y, de repente, una tarde cualquiera, en tierra, apenas una semana después de dejar el barco, decido que ha llegado el momento de hacer con ellas lo que vi en cuanto las descubrí sobre la cubierta: unos pendientes. Y rescato las herramientas que a veces uso (o mejor, usaba) para hacer pendientes y pulseras y empiezo el proceso de convertir las cuentas venidas del mar en unos pendientes. Es un proceso rápido, mucho, porque desde que las vi tenía muy claro que el rosa contrastaría perfectamente con el blanco. Y que la combinación de cuentas de plástico rosa venidas del mar con piezas blancas hechas de cáscara de huevo de avestruz venidas de Namibia sería perfecta.

Y lo es. O a mí me lo parece.

Me encantan mis pendientes nuevos. En la foto.

2 comentarios:

  1. Molan tus pendientes nuevos, pero sobre todo molan porque tienen historia, porque los has hecho tú :)

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