sábado, 30 de marzo de 2013

Mis ginkgos

Llevo unos días prestando especial atención a mi orquídea, que tiene ya varios capullos, y a una maceta en la que planté unas semillas de flores variadas que compré en Belfast (o en Dublín, la verdad es que no lo recuerdo). Esta mañana, he visto que una de las orquídeas está a punto de abrirse.


Y que ya empiezan a verse algunos brotes de florecillas desconocidas.


Por eso, no me he dado cuenta de otro acontecimiento que estaba teniendo lugar en mi galería, en concreto en mi bosque de ginkgos (Ginkgo biloba). Y ha sido casualidad cuando he descubierto esto.


 ¡Los ginkgos están reviviendo!


Así, cuando menos me lo esperaba, una explosión de brotes verdes ilumina mi bosque de ginkgos.
 

Y he pensado que era un buen momento para contar la historia de mis ginkgos. La conté ya en otro lugar, pero la voy a volver a contar aquí. Es una historia que, si me conocéis en persona, ya habréis oído. Porque estoy muy orgullosa de mis ginkgos. Y, siempre que puedo, la cuento.

En diciembre de 2009 participé en una reunión en un pueblecito al norte de Italia, en Barza d’Ispra. Estábamos en esta casa de espiritualidad en la que cada día desayunábamos, comíamos y cenábamos. Fue una semana curiosa, que recuerdo muy bien, entre otras cosas porque celebré mi cumpleaños en un bar cercano, rodeada de (casi) desconocidos, con temperaturas exteriores por debajo de cero grados. Y porque nevó, mucho, la última noche que pasé allí.

No había mucho que hacer en aquel centro de espiritualidad. Ni siquiera teníamos tele en las habitaciones, tan sólo una biblia. Además, oscurecía muy pronto y eso hacía que al acabar el día, las salidas del monasterio quedaran totalmente descartadas. Así que me aficioné, con una compañera, a pasear durante la hora de comer por los jardines de la casa. Un día, descubrí en el suelo unas hojas que reconocí de mi época de estudiante: hojas de Ginkgo biloba. Es lo que se conoce como fósil viviente, un árbol muy antiguo, cuyos dispersores de semillas eran los dinosaurios (¡¡los dinosaurios!!). Es un árbol con algo especial: ha inspirado a poetas como Goethe, es el símbolo de la ciudad alemana de Weimar (donde incluso le han dedicado un museo) y fue capaz de sobrevivir a la bomba atómica de Hiroshima.

En el suelo, además de hojas (es un árbol de hoja caduca) había multitud de semillas (pestilentes). Me llevé una docena a casa y, tras varios meses, conseguí que germinara una de las semillas. Más adelante, germinaron cuatro más. De mis cinco ginkgos, repartí 3 y me quedé los dos que forman mi bosque actual. Estas son algunas de las fotos que hice entonces.


 


Hace unos días volví, tres años y medio después, a la casa de espiritualidad (como ya conté aquí). Casi, casi lo primero que hice fue dirigirme al lugar donde había recogido las primeras semillas, a visitar a los padres de mis ginkgos. Y ahí estaban, altos e imponentes, sin hojas como corresponde a esta época del año, los antepasados de mi bosque de ginkgos.




Y pensé, “si una vez funcionó, ¿por qué no volver a intentarlo?”. Era ya marzo, no sabía si encontraría semillas ni qué pasaría. Y sí, encontré algunas. No tantas como en mi anterior visita, pero ya no pestilentes y, por tanto, más manejables. Y traje en mi equipaje, de nuevo, unas cuantas. Mejor dicho, traje muchas, muchas semillas de ginkgo. No tengo mucha confianza. Algunas de ellas están vacías, su interior podrido y conociendo mi porcentaje de germinación de la vez anterior, dudo que consiga más de un par de árboles. Pero voy a volver a intentarlo, voy a intentar de nuevo la aventura de sembrar estos preciosos arbolitos que me parecen una de las criaturas más alucinantes de la tierra.



Y, mientras tanto, mientras intento germinar nuevas semillas, sigo sorprendiéndome con los brotes verdes de este árbol tan fascinante como elegante y, por qué no, mágico.

En julio tengo que volver. Será toda una novedad ver todos esos árboles cargados de sus preciosas hojas verdes. A pesar de las limitaciones del sitio, a pesar de los mosquitos que (según me han dicho) habrá, ya tengo ganas de ir.

viernes, 29 de marzo de 2013

S'Hort de sa Cova

Hoy tenía planeada una excursión con unos amigos. Pero ayer por la noche, la idea de ir hoy de excursión no me atraía demasiado. Qué diantres, no me atraía en absoluto. No tenía ganas de salir, de estar con gente, de seguir adelante. Tenía ganas de pasar un día más en casa, si hacer poco más que arreglar cosas, tejer, descansar y aislarme del mundo. Y me fui a dormir sin saber si hoy iría o no de excursión.

Pero no podía evitar pensar en esta frase que leí ayer mismo:

No matter how you feel, get up, dress up and show up.

"No importa cómo te sientes, levántate, arréglate y aparece."

Así que esta mañana he hecho eso: me he levantado, me he arreglado y he ido de excursión.

Ha sido una buena idea.

Y he acabado aquí. Junto al mar,


en el mar,


con un libro en las manos.


Y he acabado el día cocinando panades.



Así que ya sabéis:

No matter how you feel, get up, dress up and show up.

Vale la pena.

jueves, 28 de marzo de 2013

Barza d'Ispra

Hay días que te despiertas a las 5 de la mañana con un tirón en un gemelo que casi te hace gritar. Que no puedes volver a dormir porque el viento golpea las persianas de manera tan insistente que tienes que levantarte a engancharlas. Que el día se te hace largo, muy largo, aunque el curso que estés haciendo sea muy interesante. Que te cuentan que tu coche está muriendo, oh Dios mío, es curable, pero caro, muy caro. Hay días que piensas que no quieres estar donde estás. Que quieres estar en tu casa, arreglando tus plantas, tejiendo tus proyectos o simplemente disfrutando de tu sofá y no en un monasterio italiano en mitad de la ninguna parte.

Pero esos mismos días hace un sol cálido que te llena de energía. Paseas entre árboles centenarios, entre las sombras de ese sol maravilloso, con vistas a lejanas montañas nevadas. Paseas a la hora de la comida por debajo de árboles centenarios (¿o incluso milenarios?), incluidos los padres de tu (diminuto) bosque de ginkgos. Acabas las clases, por fin, y te diriges a un local donde hace años celebraste tu cumpleaños, en compañía de unas compañeras que son, además, amigas. Y disfrutas de una noche de chicas y cervezas (y pizza quatro formaggio), llena de charla y risas y más charla y más risas.

Y entonces piensas en el reloj que hay en ese hotel-casa de espiritualidad que es tu hogar durante unos días. “Fili, conserva tempus”. Que en mi interpretación libre con mis limitados conocimientos del latín sería algo así como aprovecha bien el tiempo, empléalo bien, sea lo que sea lo que hagas. Si estoy aquí, hoy, ahora, tengo que aprovecharlo al máximo. No tiene sentido querer estar en otro sitio, pensar en estar en otro sitio, cuando ahora estás aquí. Es absurdo. Sí, es absurdo intentar querer hacer lo que no estás haciendo, añorar lo que en esos momentos no tienes. Hay que disfrutar de cada momento, de cada oportunidad y de cada situación. Sea cual sea. Aunque no siempre sea como deseamos, aunque las cosas no salgan como pensábamos, aunque a veces sea duro.

Fili, conserva tempus.
Las fotos, hechas durante estos días de nieve y sol, pasados a orillas del lago Mayor, en la Lombardía italiana.

Felices días festivos. Yo estaré por aquí.



 









martes, 26 de marzo de 2013

Casi una falda


En estas casi dos semanas rulando por el mundo, he echado de menos algo más que mis plantas: mis agujas. No soy una gran tejedora, no sé demasiado, pero hubo algún día que me hubieran venido muy bien tenerlas a mano, para relajarme y ocupar mi mente sólo en agujar y lanas.

Así que esta tarde de lluvia, series y fútbol, víspera de vacaciones (sí, mañana me cojo libre y en esta terra poco incognita donde vivo es festivo jueves, viernes y lunes), he cogido de nuevo las agujas después de mucho, mucho tiempo y he tejido hasta que me han dolido los dedos. Y no sólo eso: he acabado un proyecto. Bueno, en parte.

Es una falda.

Bueno, es casi una falda.

Tengo dos mitades más o menos simétricas, más o menos de la misma longitud que aún no hacen una falda, pero casi.

Están hechas con lana de Borgo de Pazzi, de su modelo Bubbolo multicolor. Es una lana que descubrí en la mercería de mi barrio y la usé, en tonos morados, para hacer mi primer cuello. Es también la lana que se me acabó a medio hacer la primera mitad de la falda y tuve que comprar más por internet, porque en mi tienda ya no quedaba. Y es la lana con la que, sabiendo que (ahora sí) me sobraría, tejí el gorro de perdidos al río, que el próximo invierno podrá hacer juego con la falda.

Pues aquí está, mi casi falda.

Sólo tengo que comprar tela para hacerle un forro y una cremallera. Y convertir todo eso en una falda de verdad. Para el invierno que viene.

Deseadme suerte.

lunes, 25 de marzo de 2013

Por las costas catalanas

 Como ya conté por aquí, antes de irme al monasterio italiano, estuve unos días de road movie.

Cinco días. Cuatro noches en cuatro ciudades diferentes. Casi 800 km.

Barcelona. Tarragona. El Port de la Selva. Roses. Llançà. Palamós. Girona.

Y, en medio, un rato de ocio en el Cap de Creus.

Fueron días largos, intensos, cansados. Fueron días buenos, en los que todo salió a pedir de boca. Días de reuniones, de reencuentros, de planificación de nuevos proyectos.

Me gustan las road movies, sí. Definitivamente me gustan. Aunque tenga que disfrutarlas sola.






domingo, 24 de marzo de 2013

Primavera hortelana

Una de las cosas que he echado de menos durante mi retiro no espiritual en un monasterio al norte de Italia han sido mis plantas. Más que echarlas de menos, tenía ganas de volver para poner en marcha la operación primavera.

Y así, menos de 24 horas después de volver, me he puesto a ello: he recolectado zanahorias, plantado tomateras (de dos variedades), un pimiento y una berenjena (a ver qué sale…), he arreglado los fresales, he redecorado el comedor dándole más protagonismo a un poto que se mudó a esta casa incluso antes que yo y le he dado un poco de color a la casa con algunas nuevas adquisiciones: flores compradas, flores regaladas y unas pequeñas orquídeas que, ay, sí, son mi debilidad, pero no sé qué resultado darán.

Y con esta inmersión hortelana, de nuevo a la vida normal, a la rutina, a una semana corta, muy corta.

Siempre es extraño esto de volver a casa.







lunes, 18 de marzo de 2013

Ayer. Hoy.

 Ayer, cuando me desperté en un hotel de Girona, ésta era la imagen que veía desde mi ventana.


Hoy, cuando me he despertado en un monasterio-hotel-centro de espiritualidad de Barza d’Ispra, junto al lago Maggiore al norte de Italia, ésta es la imagen que he visto desde mi ventana.


Ayer. Hoy.

domingo, 17 de marzo de 2013

Cap de Creus

En unas horas, se acaba mi road movie. Han sido unos días curiosos, más amenos de lo que me pensaba, muy agradables. Días de muchos quilómetros, mucho viento y mucha información. Días de no parar, de casi no tener tiempo de nada más que eso: carretera y trabajo. Días de pasar cerca lugares que me encantan y no tener tiempo de visitarlos. O casi.

Hace dos días. Dos horas libres en mitad de una mañana ventosa de marzo. Carretera, piedras oscuras, paisaje casi lunar, viento de Tramontana, mar azul y blanco. Y allí, como siempre, una vez más, magnífico, sublime, mágico, impresionante, maravilloso e irrepetible, el Cap de Creus.

Hay lugares a los que podría volver siempre. Uno de ellos es éste.

Y aprovechando al máximo esos minutos libres, refugiándome de un viendo infernal que me tumbaba, disfruté de media horita de placer sublime, en uno de los lugares más fascinantes del mundo en compañía de una caña y un libro. Sin pensar en nada más que en eso, ni en trabajo, ni en preocupaciones, ni en planificaciones, ni en tristezas infinitas e insondables. El Cap de Creus, la cerveza, el libro, yo. No hace falta nada más.

Felicidad máxima.

miércoles, 13 de marzo de 2013

De road movie

Hoy me voy de road movie.

Sí, me voy unos días a vivir una peli de carretera.

No va a ser una road movie como la de la carretera costera norirlandesa. No. Aquélla fue vacacional, ésta será laboral. Aquélla fue conduciendo por la izquierda, ésta será conduciendo por la derecha. Aquélla fue en compañía, esta será en soledad.

Tengo sentimientos encontrados hacia esta road movie. No sé cómo irá. Ya veremos.

En la foto, una frase que me encanta de “Alicia en el País de las Maravillas” de Lewis Carroll, en el menú del desayuno del hotel de Belfast.

“A veces creo hasta en seis cosas imposibles antes del desayuno”.

Yo también.

martes, 12 de marzo de 2013

Belfast


Ya conté en su día por aquí que estuve en Belfast de reunión, hace ya casi un mes. En concreto, en el Titanic Belfast. Entonces expresé mis dudas sobre la necesidad de tener todo un edificio dedicado a un barco cuyo único mérito fue hundirse en su viaje inaugural. Pues bien, después de oír algunas historias de gente local y visitar la exposición dedicada al barco, debo admitir que me acabé rindiendo al efecto Titanic. Esta exposición no es sólo una dedicatoria a un barco que se hundió, es mucho más. Es, en realidad, la historia de una ciudad, de la importancia que en su día jugaron los astilleros, más allá de los conflictos que en los últimos años la han definido. Quien más quien menos en Belfast ha tenido familiares trabajando en ellos, algunos en el Titanic, algunos incluso viajeros del Titanic. Me gustó mucho la exposición, vale la pena, hay que verla. No hay que ir a Belfast sólo para verla, pero si se va a Belfast, vale la pena tener una visión de su historia naval, de la historia de un barco hundido, pero desde una perspectiva menos cinematográfica a la que estamos acostumbrados.

Pero Belfast no es sólo Titanic. Es inevitable hablar y palpar los conflictos que allí se viven. La noche antes de llegar, alguien me advirtió de una bomba que no estalló, cerca de una guardería. En menos de una hora en la ciudad, nos encontramos en medio no de una, sino de dos manifestaciones. Y, por supuesto, no es una ciudad con un ambiente nocturno (tan exagerado) como Dublín.

Pero Belfast tiene su encanto. Sí. Es una ciudad manejable, puedes ir a muchos sitios a pie. El centro es agradable, puedes pasear tranquilamente y salir de noche de manera más pausada que en Dublín pero con igual buen ambiente, buenas pintas y buena música.

Creo que me faltó mucho que ver en Belfast. Las manifestaciones de las que hablaba fueron una cosa puntual el primer día. El resto del tiempo, encerrados en nuestro mundo irreal de reuniones y salidas a cenar, no nos movimos del centro, así que tengo la sensación de que me perdí una gran parte de su realidad local.

Es curioso escribir esto, pero me gustaría volver. A ser posible, con menos frío.