lunes, 31 de diciembre de 2012

Adiós 2012

Hoy se acaba 2012.

Hoy se acaba el año en el que terminé la tesis y me convertí en doctora. Es increíble resumir en una frase, en tan sólo una palabra (doctora) muchos, muchos años de trabajo. Poco a poco soy consciente de los cambios que en mi día a día han significado este paso. Cambios personales, porque a nivel laboral no ha sido más que una anécdota. Ahora tengo más tiempo libre. O mejor dicho, ahora invierto mayor cantidad de mi tiempo libre en estar con mi familia y amigos, en leer, en ver películas y series, en escribir, en disfrutar y vivir un poco más como a mí me gusta. Despacito. Disfrutando. Saboreando.

Hoy se acaba el año en el que mis padres sufrieron varias operaciones oculares, de distinta importancia y gravedad, pero todas de final feliz. Es maravilloso sentir los finales felices en la salud de la gente que quieres.

Hoy se acaba el año en el que salté en camas elásticas, monté a caballo, jugué a vóley playa, me apunté a clases de Bollywood, suspendí (y repetí) inglés, aprendí a hacer makis y galletas veganas y recibí la mejor felicitación de cumpleaños que he visto en mi vida.

Hoy se acaba el año en el que pinté una pared de color verde, compré un armario y un mueble de comedor nuevos y cumplí los 35.

Hoy se acaba el año en el que mis ginkgos crecieron sin parar, en el que planté fresas, tomates, pimientos y lechugas y sembré zanahorias y albahaca.

Hoy se acaba el año en el que me rompieron el corazón, en el que me sentí incapaz de recomponerlo, en el que aprendí a convivir con la tristeza infinita y en el que descubrí una mirada capaz de hacerme olvidar pero que dejé marchar.

Hoy se acaba un año en el que cogí más de 30 aviones para volver a lugares conocidos o viajar a lugares nuevos, incluso tan lejanos que están en el Hemisferio Sur y repetí afición por aeropuertos alemanes (en serio, alguna vez tendría que viajar a Alemania para ver qué hay más allá de sus aeropuertos).

Hoy se acaba un año de 366 días. Los ha habido buenos y no tan buenos, los ha habido geniales y no tan geniales. Pero creo, supongo, me gusta pensar que los repetiría todos y cada uno de ellos. Tal vez cambiaría alguna cosa, mejoraría otra o, al menos, intentaría vivirlos aún con más alegría. Sí, algunos directamente los eliminaría de mi vida. O no. Porque incluso de esos días, he aprendido algo.

Sed felices. Hoy. Recordando las cosas buenas vividas en este año, superando las cosas malas sufridas en este año. Y sed felices mañana. Y todos los días del año nuevo que empieza.

Adiós 2012. Fue un placer.

En la foto, viendo el mundo a lomos de un caballo, en una mañana fría, ventosa y soleada de este otoño.

domingo, 23 de diciembre de 2012

23D

El 23 de diciembre es un día raro. Ya estamos con el chip navideño, pero aún no es Navidad. Ya sabemos que no nos ha tocado la lotería, pero aún tenemos ilusiones. Este año, además, ya sabemos que no se ha acabado el mundo. Y cae en domingo.

Así que es un día raro.

Y pensé que igual era un buen día para compartir una comida con amigos. Porque ya casi es Navidad. Porque aunque no nos ha tocado la lotería, somos felices. Porque no se ha acabado el mundo. Porque ya tengo 35. Y porque siempre es estupendo tener una excusa para reunir amigos en casa.

Y decidí que era un buen día para sorprenderles con un bizcocho-pez que no hace mucho alguien compartió en facebook y que podéis ver aquí arriba. Su nombre científico es Pececitus lacasitus.

Pero ellos me han sorprendido a mí mucho más que yo a ellos.

Todo empezó, aunque yo no lo sabía, cuando una amiga colgó en mi muro de facebook esta felicitación bollywoodiense de cumpleaños.

Me sorprendió notablemente, me divirtió notablemente, me encantó notablemente.


Lo que yo no sabía, lo que yo no imaginaba, ni mucho menos sospechaba, es que decidieron reconvertir esa (llamémosla) peculiar felicitación de cumpleaños en una felicitación mucho más sorprendente, personalizada y fantástica.

Así que aquí os presento la mejor felicitación de cumpleaños que he recibido en mi vida. Disfrutadla, compartidla y ayudadme a conseguir el millón de visitas que les he asegurado alcanzarían.

¡¡Gracias chicos!!

sábado, 22 de diciembre de 2012

África para principiantes

Así me definieron la ciudad namibia de Swakopmund en la que pasé unos días a principios de mes rodeada de peces, aves y curiosidades varias.

África para principiantes.

Porque Swakopmund es una ciudad africana, sí, pero su arquitectura es eminentemente de estilo colonial alemán. La ciudad nació como puerto alemán, ya que el único puerto de la zona, en Walvis Bay, pertenecía al Reino Unido. Tras la Primera Guerra Mundial, todas las actividades fueron transferidas a Walvis Bay, por lo que ahora Swapokmund no tiene puerto, aunque de recuerdo queda un embarcadero reconvertido en paseo.

Pero detrás de esta fachada de grandes avenidas y bonitas casas de planta baja, hay mucho más. Hay un pasado de matanzas de nativos y campos de concentración y de exterminio creados por los colonos alemanes (sí, antes de los que se crearon en Europa), en lo que hoy es uno de los supermercados de la ciudad. Hay guetos donde habitantes de las numerosas tribus de la zona se hacinan mientras que los descendientes de colonos blancos viven en las casas más elegantes. Hay restaurantes y bares, sí, pero es difícil encontrar gente de color en ellos. Porque el apartheid ya no existe aquí en teoría, pero en la práctica, el dinero y los negocios los tienen los blancos; los asalariados son negros. No es la pobreza que encuentras fuera de la ciudad. Aquí también hay gente de color con coches lujosos, estudios superiores y trabajos bien remunerados. Pero más allá de las cuatro avenidas anchas que forman el centro de la ciudad, está la verdadera África, la que aún no he tenido ocasión de conocer.

Lo dicho, África para principiantes.












viernes, 21 de diciembre de 2012

Fin

Con esto que hoy se acababa el mundo, he decidido dejar listas algunas cosas.

La primera ha sido sacar la sombrilla de la playa del maletero del coche y guardarla en casa. Una acción muy adecuada para el primer día del invierno.

La segunda ha sido desembalar las alfombras y colocarlas. También muy adecuado para un día como hoy.

La tercera ha sido montar el árbol de Navidad y colocar las cuatro cositas de decoración navideña que tengo por casa.

La cuarta ha sido acabar la bufanda que empecé hace tres meses. Tres meses. Si tardo tres meses en hacer una bufanda, no sé cuánto tardaría en hacer un jersey. Puedo poner excusas. En este tiempo he defendido una tesis doctoral, he pasado cuatro semanas fuera de casa y he cogido más de veinte aviones. Pero ponga las excusas que ponga, no ocultan una realidad: he tardado tres meses en acabar una bufanda.

En cualquier caso, estoy orgullosa de haberla acabado. Durante algún tiempo, pensé que nunca lo haría. Y ahora, por fin, está lista. Llena de imperfecciones, sí, pero acabada.

Y no sólo eso. Ya tengo un nuevo proyecto en marcha y otro en mente. Este mes intentaré que no me vuelva a pillar el fin del mundo para decidir acabarlo.

En la foto, mi bufanda del fin del mundo.

jueves, 20 de diciembre de 2012

35

Mañana se acaba el mundo. O eso dicen. Sea verdad o mentira, estos días han estado marcados por una hecho mucho más tangible: he cumplido 35. No es algo bueno ni malo, es una realidad tan simple y absoluta como ésta: he cumplido 35.

Cuando era adolescente, pensaba que los treinta y pico serían la mejor época de mi vida. No sé si lo están siendo, espero que los cuarenta y pico sean aún mejores, pero la verdad es que ser treintañera me está encantando. Aunque ahora que me he convertido en treintaycincoañera, me da un poco más de vértigo.

En aquellos (lejanos) tiempos de mi adolescencia, tenía dos modelos de gente de treinta y pico que encontraba geniales. Un modelo era la pareja formada por Kenneth Branagh y Emma Thompson: me encantaban. Me parecía maravilloso poder llegar a un nivel tal de compañerismo, complicidad, amistad y amor como para compartir no sólo el día a día personal, sino también inquietudes laborales, artísticas. Mi segundo modelo era la Maggie O’Connell de “Doctor en Alaska”. Yo quería ser O’Connell: independiente, autosuficiente, trabajadora, aventurera. Y el pelo corto, ¡ah, el pelo corto! Creo que cuando me lo empecé a cortar era precisamente para ser O’Connell. [Debo admitir que estoy en una fase temporal de pelo largo, no porque me haya cansado de los cortes a lo O’Connell sino por insistencia de amigas-club-de-fans que me obligan a dejarme unas melenas que, sinceramente, odio.]

Con el tiempo, mis modelos cambiaron mucho, mucho. La pareja Branagh-Tompson dejó de ser pareja. Y el personaje de O’Connell se diluyó mucho en las últimas temporadas en las que el Dr. Fleishman ja ni aparecía.

Ahora que soy yo la que tiene treinta y pico, me siento mucho más cercana a O’Connell que a la pareja Branagh-Thompson. Obviamente es debido a que no tengo pareja. Obviamente. No la tengo ni la he tenido en mucho tiempo. Mi corazón ha pasado por innumerables estados en los últimos años, pero, en general, lo que más ha hecho ha sido encogerse, hacerse duro e impenetrable, aunque lleva un tiempo recubierto de una pátina de tristeza que se me hace difícil diluir.

Pero eso es otro tema.

La cuestión es que tengo 35 años. No sé muy bien qué esperaba de mi vida a los 35, recuerdo sólo algunas cosas de lo que quería ser de mayor.

Sé que quería tener dos carreras (preferiblemente una de ciencias y una de letras) y sólo tengo una (de ciencias).

Sé que quería tener hijos alrededor de los 28 y a día de hoy, con 35, aún no los tengo.

Sé que quería acabar la tesis antes de los 30 y la acabé con 34.

Sé que quería tener un lugar propio para vivir y eso sí que lo tengo, aunque en realidad pertenece al banco.

Sé que quería trabajar con animales vivos o en algo relacionado con el mar, y a esto último me dedico desde hace casi 12 años.

Sé que quería viajar y estoy viajando mucho más de lo que nunca hubiera deseado ni imaginado.

No puedo quejarme de mi vida, lo sé. Tengo familia, amigos, salud y trabajo. Me gusta mi vida, a veces me encanta y a veces me siento frustrada. Es decir, soy una persona normal. Soy una persona normal y feliz.

Pero no me basta.

Quiero más.

¡Lo quiero todo!

Quiero ser la protagonista absoluta de mi vida. Dejar de ser transparente, que las puertas automáticas me reconozcan y se abran a mi paso (porque a menudo no lo hacen), que en los controles de seguridad de los aeropuertos me vean y me pidan la tarjeta de embarque (porque puntualmente no lo hacen). Ser O’Connell mola, pero ya va siendo hora de convertirme en parte de un dueto Branagh-Thompson.

Repito, lo quiero todo.

Y lo quiero ya.

Más que nada, porque si el mundo se acaba mañana, quiero poder decir que al menos, alguna vez, lo tuve todo.

En la foto, uno de mis regalos por mis 35.

Feliz fin del mundo.

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Con I+D+i hay futuro



Hoy.

Movilizándonos por la investigación (I), por el desarrollo (D), por la innovación (i).

Movilizándonos por la ciencia.

Porque con ciencia, con I+D+i hay futuro.

Y porque sin ciencia, sin I+D+i no hay nada.

domingo, 16 de diciembre de 2012

Cancelaciones

Esta es la historia de cómo un viaje de 7 horas se convierte en un viaje de 17 horas.

Así. Sin más.

Ocurrió ayer. El final de mi periplo de quince días, doce aviones.

Me desperté a las 4:35, 15 minutos antes de que sonara el despertador. Se presentaba una jornada corta pero intensa: tres vuelos, dos escalas de menos de una hora y una maleta facturada por culpa de dos botellas de vino (sólo una es mía) que aparecieron en mis manos sin querer. Una nueva jornada de “corriendo por los aeropuertos”. Una nueva entrega de “¿será capaz mi maleta de llegar el mismo día que yo?”. Con o sin maleta, a las 12:30 aterrizaríamos en casa. Genial. Comida casera y una buena siesta.

Ja.

A las 7:00, ya sentada en el primer avión y rodeada de dos colegas, aparece el piloto. “Señoras y señores, me temo que tengo malas noticias”. A pesar de que hablaba en italiano, lo entendí perfectamente. El avión perdía combustible. “Hay para al menos una hora, así que tendrán que bajar del avión”, dijo de nuevo el piloto en un italiano totalmente descifrable. Por tanto, primera conexión perdida. Por tanto, segunda conexión perdida. Tengo tanto sueño, que ni me hago a la idea de las consecuencias.

Bajamos del avión, y volvemos a la terminal. Mejor dicho, nos llevan a la terminal de “llegadas”. Allí nos llevamos otra sorpresa. El vuelo se ha cancelado. Y el siguiente también. Sólo hay una opción: recoger las maletas y viajar hasta Roma en autobús. 300 km. Pero antes, claro, hay que hacer cola para cambiar los billetes. Empieza a haber cabreos. Y unos cuantos italianos discutiendo en italiano.

Tensión en la cola de cambio de billetes. No es para menos. Al final deciden fletar un nuevo avión, juntando dos vuelos. No va a haber autobús. Un italiano de origen argentino nos cuenta que la culpa de todo es de su maleta morada: es el color de la mala suerte en Italia y él la compró por sólo 20 €, cuando sus gemelas de colores menos gafes valían 60 €. Nos reímos todos con él, aunque en el fondo nos preguntamos si no tendrá razón…

Tres horas después, llega nuestro turno. Tres horas de pie, haciendo cola. Charlando, riendo, quejándonos, pero manteniendo la calma porque total, no podemos hacer otra cosa.. La chica que nos atiende no puede hacer nada. “En un rato vendrá otra colega”. La colega no llega. La pobre que sí que hace algo está desbordada. El personal más y más cabreado. Llega la colega y se va. Más enfados y más discusiones en italiano. Yo intentando recordar algo sobre los derechos de los pasajeros. No recuerdo mucho, pero si cancelan tu vuelo y te tienen más de tres horas de pie en una cola interminable, al menos podrían darte un vaso de agua. O un café. Cuanto te las levantado a las 4 y pico de la mañana y no sabes cuándo vas a llegar a casa, estás más preocupado de conseguir un billete de vuelta que en reclamar nada.

Por fin conseguimos billetes. Ancona-Roma-Madrid-Palma. Llegamos a las 20:20. Genial. Aceptamos la combinación pero… ¡¡sólo hay un asiento libre!! Y somos dos. Así que sólo nos queda otra opción: Ancona-Roma-Barcelona-Palma. La misma ruta inicial, pero más tarde. Con llegada a las 22:20. ¡Al menos dormiremos en casa! Y ahora a facturar. Otra cola. Queda menos de media hora para que salga el avión y seguimos en la cola. De repente, la chica de facturación se va, dejando una cola ahí, colgada y ya un poco desesperada. Son ya las 11. En 20 minutos sale el avión y gran parte del pasaje aún no ha podido facturar. Algunos se cuelan y más tensión y más italianos discutiendo en italiano.

Por fin facturamos. Y ahora a pasar (de nuevo) el control de seguridad. Deja vú total. ¿No he pasado yo ya este control? Sí, claro, casi 5 horas antes. Subimos al avión y aún tardaremos “algunos minutos” (palabras del piloto) en despegar. Me duermo. Cuando por fin salimos, lo hacemos con una hora de retraso.
En Roma, algunos compañeros de aventura con más vuelos y más lejos que nosotros (incluyendo el italo-argentino de maleta gafe) se ríen al descubrir que han perdido su nueva combinación. Así que tendrán que hacer nuevas colas y conseguir nuevos billetes.

El resto de viaje de vuelta es más tranquilo, con muchas horas en aeropuertos, con mucho sueño, con muchas ganas de volver a casa. Y, cuando por fin aterrizamos en la isla, no podemos creernos que ya estemos en casa. Y sabemos que, en el fondo, aunque hayamos llegado con 10 horas de retraso, no podemos quejarnos demasiado. Porque descubrieron a tiempo el problema del avión. Porque encontramos un billete para volver a casa el mismo día. Porque la maleta llegó con nosotros. Porque ahí fuera hay problemas mucho más serios. Porque sólo unas horas antes una veintena de niños y varios adultos habían muerto en un sinsentido. Porque la vida es única y sencilla y aunque el día a día presente inconveniencias y problemas, ojalá todas pudieran arreglarse como este incidente que, al fin y al cabo, será simplemente una anécdota para contar a los amigos. Y es por eso que no me ha salido esta entrada todo lo irónica y ácida que pensaba ayer que sería.

Eso sí, vamos a hacer una reclamación.

En la foto, Ancona, la ciudad donde se canceló todo.

jueves, 13 de diciembre de 2012

"El club de los viernes" de Kate Jacobs

Tenía muchas esperanzas puestas en este libro. Hacía tiempo que había oído hablar de él e incluso mi hermana la gafapasta lo tiene en papel, aunque yo he leído la versión electrónica. La temática me atraía: un grupo de mujeres que se reúnen de manera más o menos casual, más o menos programada una vez por semana, en una tienda de lanas. La verdad es que desde que he empezado a darle a las agujas, me interesa el tema “lanudo” en general. Y las historias femeninas, bueno, me gustan. De hecho, leyendo los primero capítulos, me emocioné un poco. Tanto, que le recomendé a mi madre que se lo leyera y obligué a la gafapasta a que le dejara la versión en papel.

Y, la verdad, me he quedado un poco decepcionada.

No es que sea un mal libro, sólo que me esperaba más. La historia no está mal, pero me parece floja. Los personajes están bastante bien, pero me han parecido bastante descafeinados. Incluso los secundarios, que suelen ser el punto fuerte de estas historias casi corales, parecen diluirse para mayor gloria y encumbramiento de su protagonista. Y para rematar, ese giro dramático, trágico final, le sobra totalmente, se lo podían haber ahorrado. Vale que me hizo soltar alguna lagrimita, pero es el típico final que sientes que te están manipulando para que lloriquees, no lo sientes como parte natural de la historia.

Ya me arrepiento de habérselo recomendado a mi madre.

Por lo visto esta novela tiene continuación en otras dos aunque, la verdad, no me atraen especialmente. No están del todo mal como lectura de avión y aeropuerto, o incluso como historia para leer en la playa, pero no estoy muy segura que las vaya a leer.

Como lado positivo, hay una descripción de cómo realizar trozos de labor para crear una manta a fragmentos que puede, tal vez algún día ponga en práctica.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

12-12-12



Hoy es 12-12-12.

Suena estupendo. Maravilloso. Especial. Un día en el que todo podría pasar. O en el que podría no pasar nada.

Para mí ha sido un día normal, casi rutinario, de reuniones, sin nada especial, si se puede considerar no especial estar de reunión fuera de casa.

Me he levantado, con una ligera resaca del “social event” de anoche. He desayunado y a la reunión a trabajar. Trabajo, trabajo, trabajo. La diferencia entre los grupos de trabajo de las reuniones es que en los primeros te pasas horas sentada trabajando con el ordenador, mientras que en las segundas te pasas horas sentada discutiendo. Al menos en el segundo caso haces más vida social.

Hemos comido en el mismo hotel: llovía, hacía mucho frío y para llegar al centro tenemos que bajar una colina. Más trabajo, hasta las siete. Un paseo hasta un restaurante que es ya casi habitual (y sólo llevamos 3 días aquí), una cena estupenda, vino y buena compañía. Y de vuelta al hotel a descansar, dormir, relajarnos para mañana empezar de cero. Y aún no son las diez.

De camino, las lunas de las coches heladas nos indican que, como nos parece, hace frío, mucho frío.

Un día tranquilo, sin nada especial. Una velada tranquila, muy agradable.

Y ahora, a descansar.

En la foto (terrible, muy terrible, pero es lo que pasa cuando te quedas sin cámara compacta y la réflex no cabe en el equipaje), juegos de hielo y luces en la luna de un coche, hace sólo un rato.

domingo, 9 de diciembre de 2012

Contrastes

Tres días cogiendo aviones sin parar, casi sin ton ni son. Seis aviones, ocho aeropuertos, en menos de 48 horas.

Ha sido agotador.

Pero estos excesos permiten muchas cosas, vivir muchas cosas. Como sentir los contrastes de dejar un aeropuerto en mitad del desierto, con un calor considerable y (escala de por medio) llegar a otro aeropuerto a bajo cero. De la arena a la nieve. Del (casi) verano al (casi) invierno. Del Hemisferio Sur al Hemisferio Norte. De la África negra a la Europa blanca.

Y, de vuelta a casa, lavadoras, secadoras, deshaciendo y haciendo maletas, y volver a empezar.

Ver, sentir, soñar, vivir, viajar.

En las fotos, los contrastes: a punto de coger el avión en el aeropuerto de Walbis Bay (Namibia) y dejando pasar las horas en el aeropuerto de Munich (Alemania).


Y hoy, actualizando desde Ancona (Italia).



jueves, 6 de diciembre de 2012

Va de aves (y mamíferos)

 Hoy, aquí en Swakopmund (casi, casi me he aprendido ya el nombre), he visto mi primer pelícano. Ayer, mientras veíamos destripar y descabezar pescado fresco, me comentaron que era habitual ver alguno por la zona, en busca de restos de comida para llevarse al pico. No lo vimos, pero hoy se ha presentado surcando el cielo (yo diría que casi torpemente) y se ha parado en una farola, a la espera de algo de pescado que hoy no conseguiría (no estaban los destripadores de peces).


Otra ave más habitual en la zona es la gallina de Guinea, a las que he visto casi cada día por delante del hotel. Son tan coloridas y tan divertidas, que parecen de dibujos animados.


Y ya que hablamos de animales poco habituales en mi vida, hoy, ya que es mi último día aquí (mañana a estas horas estaré volando del hemisferio sur de vuelta al hemisferio norte) he probado dos carnes hasta ahora desconocidas para mí: el órix (oryx) y la gacela saltarina (springbok). No cliquéis en los enlaces si os da pena ver fotos de lo que os coméis. Sólo diré que estaban deliciosos.

Feliz puente a los que lo tengan, feliz fin de semana a todos.

miércoles, 5 de diciembre de 2012

Pesca y reflexiones

La ciudad namibia de la que soy incapaz de recordar el nombre (es decir, Swakopmund) está rodeada de dunas y arena por todas partes, menos por una que la une al mar. A pesar de eso y de la gran importancia pesquera de la zona, no tiene puerto. Aún así, existe una zona en la ciudad habilitada para que los pescadores recreativos limpien su pescado cada día, que luego venden a los restaurantes de la ciudad. Hasta allí llegan las lanchas remolcadas por furgonetas, descargan el pescado, lo descabezan y limpian, preparándolo para el consumo: el cuerpo por un lado y las cabezas por otro, salándolas.

Unos minutos observando este trabajo me han dejado muchas reflexiones. De igual manera, tan sólo unos días en este país, me están dando mucho que pensar. Razas, culturas, historias, vidas, colonialismo, apartheid. Palabras y palabras que pasan por mi mente, reflexiones que me hacen pensar qué hago yo aquí y por qué, qué ocurre en este país, qué ha ocurrido y qué ocurrirá. Qué pasa más allá de las cuatro calles de esta ciudad de apenas 120 años de antigüedad, de arquitectura eminentemente colonial, que parece a punto de verse engullida por el desierto en cualquier momento. Y buscando y leyendo un poco sobre esta zona en general y su pesca en particular, he encontrado este interesante artículo sobre la explotación pesquera de la merluza y el papel que España juega aquí. Muy recomendable.

La foto de hoy, en blanco y negro, porque había demasiada sangre en este procesado en fresco de pescado recién capturado y no es cuestión de herir sensibilidades.

martes, 4 de diciembre de 2012

Seguridad laboral

Estos días, estoy trabajando (perdón, disfrutando de mis días libre) en el National Marine Institute and Research Centre (NatMIRC) de Swakopmund (juro que he tenido que volver a mirar cómo se escribía), en Namibia.

El primer día (o sea, ayer) me llamaron la atención unas cajitas de colores (en la foto) que había junto al lavabo del cuarto de baño de mujeres que frecuento. En mi primera visita, pensé que eran jaboncitos. Pero en la segunda me fijé bien: condones. Tres condones por cajita.

Eso es seguridad laboral y lo demás son cuentos.

lunes, 3 de diciembre de 2012

Swakopmund

Creo que nunca antes había estado en una ciudad cuyo nombre soy incapaz de repetir, escribir o recordar.

Swakopmund, Swakopmund, Swakopmund, Swakopmund.

No, no lo conseguiré.

Esto me recuerda a Cicely de “Doctor en Alaska”, con sus calles anchas, sus casas bajas, sus pickups (aunque en la foto no se ve ninguna). Sólo que con arena en vez de nieve, con dunas en vez de árboles.

Southern Exposure.

domingo, 2 de diciembre de 2012

De camino


“Si quieres ir rápido, ve solo. Si quieres ir lejos, ve acompañado”. Proverbio africano.

La frase (y la foto) de esta mañana, en el aeropuerto de Johannesburgo (Sudáfrica), de camino a mi destino final, Namibia.

Aquí estoy. He llegado. Estoy feliz. Y encima ¡tengo internet!

sábado, 1 de diciembre de 2012

Quince días, doce aviones

Hoy empieza mi periplo viajero pre-navideño. Quince días, doce aviones. Y sólo puedo decir una cosa: qué pereza.

En unas horas empiezo un viaje de 24 horas que me llevará al sur, al hemisferio sur. Si alguien me preguntara si voy por placer o por trabajo, no sabría qué responder. Porque yo diría que voy por trabajo, pero cuando te “invitan” a cogerte vacaciones para recorrer 10,000 Km y pasarte cinco días allí trabajando, se me cruzan los cables cerebrales, me bloqueo y me dan ganas de salir corriendo. Pero no sé decir que no. Y debería aprender.

Como intuyo que allí dónde voy no voy a tener conexión a internet (o si la tengo, no creo que sea para actualizar el blog), dejo un poco abandonado esto. Pero por poco tiempo. Sólo una semana para volver a deshacer maletas y hacer maletas y dirigirme a un nuevo destino más cercano y (espero) que con posibilidades de actualizar.

La foto, de hace ya un tiempo, con una frase que me encanta. Y que hoy, más que nunca, cobra mucho sentido. Intentaré disfrutar del viaje, del camino.

viernes, 30 de noviembre de 2012

Chocolate con sal

Hace un par de años, mi hermana gafapasta me trajo de un viaje a Suiza una tableta de chocolate. Hasta ahí nada extraño: me gusta el chocolate, mucho. Y el chocolate suizo es muy famoso. Así que no hay que ser muy listo para entender que acertó de pleno.

Era una tableta pequeña, no de esas gigantescas que venden en los aeropuertos. No sé dónde la compró y creo que ella tampoco lo recuerda. Pero era un chocolate curioso: con una pizca de sal.

Es uno de los chocolates más ricos, fascinantes e interesantes que he probado en mi vida.

Desde entonces, no paro de buscarlo. Pero no lo encuentro. Por tiendas normales, por tiendas especializadas. Nada. Mi hermana volvió a Suiza, con el encargo de traer muchas, muchas tabletas de chocolate con sal. Nada. Se lo preguntamos a su amiga que vive allí, a ver si lo conocía o sabía dónde encontrarlo. Nada. Yo misma, cuando viajo a cualquier aeropuerto, recorro sus estanterías de chocolates (se podría escribir una tesis sobre la globalización desde el punto de vista de la disponibilidad de chocolates en los aeropuerto) en busca del milagro. Nada.

De aquel delicioso chocolate con sal sólo me queda la caja recortada que lo recubría, que ocupa un lugar destacado en mi corcho, entre dos postales de Alfons Mucha que compré en Praga y una de Gustav Klimt que compré en Viena, encima de una etiqueta de ropa que habla de “Limpiar con cariño”) y de un post-it con mis medicamentos para la alergia a la primavera.

 
Tenía pensado publicar este post haciendo un llamamiento a la sociedad. Algo así como “Si alguien lo ve en algún sitio, que me lo diga. Se recompensará”.

Pero el otro día ocurrió algo sorprendente. Estaba comprando en un hipermercado que tengo cerca del trabajo, cuando revisando los chocolates (siempre lo hago, ¡siempre lo hago! Especialmente si están reorganizando el establecimiento, lo que suele implicar la aparición de nuevos productos, como es el caso), encontré esto:


Guau. Guau, guau.

Así que compré uno. No lo he probado aún. No creo que sea igual que el primero que probé (porque además del punto de sal, llevaba leche y caramelo), pero tengo esperanzas, sí, alguna esperanza de que sea sabroso, delicioso y sorprendente. Si es así, saldré corriendo al hiper para hacerme con una buena cantidad de reservas. Porque estas cosas extrañas, sorprendentes e innovadoras, no suelen sobrevivir a los caprichos de los consumidores.

O a veces sí.

jueves, 29 de noviembre de 2012

Con las agujas

Siempre he visto a mi madre coser y tejer. Desde que tengo uso de razón, la he visto arreglarnos ropa y tejer bufandas y algunos jerseys de lana que nunca remataba del todo pero que siempre utilizábamos para abrigarnos en casa. Me llamaba la atención que dedicara su tiempo a eso, pero nunca sentí ninguna atracción por las agujas.

Mi primera experiencia fue en algún momento en el colegio, cuando en alguna asignatura de esas de manualidades (o como diantres se llamara) nos hicieron hacer una bufanda. Fue un infierno. Era incapaz de darle la presión adecuada y por unos lados los nudos estaban muy apretados y por otros sueltos. No recuerdo como acabó aquella desastrosa bufanda. Tal vez mi madre me la acabó para intentar que al menos no me suspendieran, aunque la verdad es que no lo recuerdo.

Y de repente, el pasado septiembre, sentí la necesidad de tejer. Así que cogí unas agujas de mi madre y una lana vieja de color gris que estaba por su casa y me puse a ello. Después de algunas pruebas, hasta que me decidí por el punto que quería (tampoco sé muchos: al derecho, al revés y sus combinaciones), empecé a hacer una bufanda. Al principio con terror: creía que volvería a hacer una cosa penosa como la de mi adolescencia, pero yo misma me sorprendí viendo que aquello tomaba forma. Así que le empecé a dedicar tiempo, poco, un rato después de cenar, para relajarme después de un día de trabajo y antes de ponerme a rematar la presentación de la tesis, que me tuvo ocupada muchas noches de finales de verano.

Y ahí estoy, con una bufanda casi acabada (¡creo que me aterra acabarla!). Mi primera bufanda. No sé mucho, pero ya tengo algunos proyectos sencillos en mente: un cuello rojo del que aún no tengo la lana y un pañuelo estrecho y largo de colores verdes, de tacto suave y primaveral, con un hilo que compré durante mi viaje croata. Porque sí, he descubierto un nuevo souvenir que traerme de mis viajes: hilos para tejer. No sé cuánto durará mi afición, ni lo que seré capaz de hacer, pero tampoco me preocupa mucho. Lo hago por puro placer. Y tengo por delante todo un mundo por descubrir.

En las fotos, mi bufanda gris, en pleno proceso, y el hilo verde croata (que en realidad es turco, pero es mi recuerdo de Croacia).

martes, 27 de noviembre de 2012

Tormenta

Esta madrugada, ha caído una de esas tormentas espectaculares que hacen que te despiertes en mitad de la noche.

No eran aún las 6 y los truenos y rayos me han despertado. Feliz porque aún me quedaba media hora en la cama (o una hora o una hora y media…) me he acurrucado para disfrutar del espectáculo. Pero en seguida he recordado que tenía varias ventanas abiertas por la casa (error tonto, ¡si anoche ya llovía!) así que me he levantado corriendo.

Primero a la galería, donde ya había entrado un poco de agua. Parecía de día. ¡Menudos relámpagos! En el comedor también era espectacular, sobre todo porque la persiana de la puerta del balcón estaba abierta, así que he podido contemplar el espectáculo: una cortina de agua, de sonido ensordecedor, caía a plomo; relámpagos cada vez más espectaculares; truenos tan, tan cercanos, que he vuelto corriendo a la cama.

Y allí, en la cama, bien acurrucada, he esperado a que la tormenta pasase, unos veinte minutos después. Y he deseado que durara más, mucho más. Y he soñado con no levantarme y no ir a trabajar. Y he fantaseado con quedarme acurrucada en el sofá en este día gris, nublado, frío, lluvioso que pide precisamente eso: sofá, manta y poco más.

En la foto, mis lechugas, bien fresquitas después de la tormenta.

lunes, 26 de noviembre de 2012

En Croacia


Como ya mencioné aquí, estuve en Croacia una semana por cuestiones laborales, concretamente en Split.

Fue un viaje curioso, un destino complicado de alcanzar, casi 24 horas de viaje de ida, incluyendo una noche por el camino. La vuelta un poco más corta, aunque plagada de momentos interesantes y alguna conexión perdida.

Mi primera impresión de Split no fue nada halagüeña, más bien todo lo contrario. ¿Pero qué ciudad da una buena impresión un domingo otoñal por la tarde, con las calles vacías y la noche ya invadiéndolo todo? Con los días, mi perspectiva (más allá del sótano del hotel en el que tuvimos la reunión) mejoró significativamente y gracias, en gran parte, por el paseo de la última tarde de reunión bajo un sol esplendoroso. Entonces descubrí la ciudad viva, alegre y bulliciosa que me perdí casi una semana antes.

Aprovechando el largo viaje, me quedé un día más a hacer de turista: un coche de alquiler y 200 km después, nos plantamos en Dubrovnik. El viaje fue tan bonito que llegué a pensar “como aparezca otro maldito pueblo monísimo, con su maldito puerto monísimo y sus malditas calitas monísimas, mato a alguien”. Porque aunque haya quien no lo crea, las cosas bonitas pueden llegar a ser demasiado bonitas. No siempre es fácil soportar el paraíso. Pero de repente, apareció el delta del Neretva y me quedé sin habla. Y de repente, cruzamos la frontera con Bosnia-Herzegovina y me pareció increíble. Y nos plantamos en Dubrovnik, ¿qué puedo decir?, ¡qué lugar tan impresionante!

Y fue allí, en Dubrovnik, entrando en su antigua ciudad amurallada, llena de turistas (¡¡llena de turistas en pleno noviembre!!) cuando tuve una sensación muy, muy extraña. Un déjà vu en toda regla. Pero fue más que un déjà vu, o mejor dicho, no fue exactamente un déjà vu. Fue un pensamiento de “yo ya he estado aquí”, no de “yo ya he vivido esto aquí”, simplemente fue descubrir una calle, con su campanario al final, en el que hubiera jurado y perjurado que ya había estado. Y no había estado, sé que no había estado. Al menos no en esta vida. Al menos no conscientemente. Se me puso la piel de gallina.

Me ha impresionado visitar Croacia. Me he impresionado porque recuerdo más o menos bien la guerra de los Balcanes. Repito, más o menos. La tengo presente, pero no sé nada, o casi nada de ella. O sabía. Porque desde que he vuelto he leído, me he informado y he intentado comprender la mezcla de culturas y el origen de los males. Y tengo pendiente ver un documental de la BBC sobre el tema, que me ha recomendado mi compañero de viaje. Y tengo pendiente volver a Croacia, ir a Bosnia-Herzegovina, a Serbia, a Montenegro y, ¿por qué no?, volver a Eslovenia, y recorrer calles, ciudades, descubrir naturaleza y entender su historia.

Cuanto más viajo, más me alucina viajar.














sábado, 24 de noviembre de 2012

"Mecanoscrito del segundo origen" de Manuel de Pedrolo

Éste es uno de esos libros que comenté cuando hablé de mi lector de libros electrónicos que encuentras fácilmente en la red cuando ya has dejado de buscarlo en papel. Es un libro de esos que llaman “literatura juvenil”. Me gustan mucho eso que se llama literatura juvenil, aunque no tengo muy claro que sea necesario etiquetarlos así.

A lo largo de algunos años, distintas personas a mi alrededor han leído este libro y me han hablado bien, regular o incluso mal de él. Alguien de mi entorno, siendo adolescente, lo leyó como lectura obligatoria de clase de catalán, me lo comentó y sentí curiosidad. Pero entonces no lo llegué a leer. Hace pocos años, la chica que estaba en recepción por las tardes en mi trabajo lo estaba leyendo y prometió dejármelo cuando lo acabara. Tampoco esta vez lo leí, ni siquiera me lo llegó a dejar, ni recuerdo por qué. A los pocos días de tener mi lector rojo, lo recordé, no sé muy bien por qué y decidí buscarlo por la red. Y lo encontré.

Es un libro clásico de la “literatura juvenil” catalana. Yo intenté encontrar la versión original, pero sólo conseguí la traducida al castellano. Ya me va bien. El libro narra la destrucción casi absoluta de la tierra en un tiempo indeterminado, debido al ataque coordinado de naves extraterrestre y la lucha por la vida y la supervivencia de dos niños: Alba y Dídac.

No me ha decepcionado nada. Me encanta la ciencia ficción y creo que este libro abarca muchos aspectos que nos entusiasman a los lectores en general, a los de la ciencia ficción en concreto y a los que nos planteamos cosas especialmente. ¿Qué pasaría si fuéramos de los pocos habitantes de la tierra después de un cataclismo? ¿Cómo lo superaríamos? ¿Cómo viviríamos? La descripción clara, sobria y seria de los paisajes, de los hechos, del día a día de estos niños que se encuentran de la noche a la mañana en un mundo totalmente devastado me ha hecho pensar en cómo ha debido ser tantas y tantas veces la supervivencia de aquellos que luchan tras una catástrofe de cualquier tipo, una guerra, un gran terremoto, cualquier catástrofe natural o provocada por el nombre que hace que, de la noche a la mañana, tu vida se ponga patas arriba y se vean obligados a poner en duda todo aquello que conocían y que creían definitivo.

Una historia muy recomendable de leer. Para pre-adolescentes, adolescentes, post-adolescentes y todos los que sufren la adolescencia cíclica. O sea, para todo el mundo.

En la foto, una portada cualquiera. La versión electrónica que yo tengo venía sin portada. Qué pena.

viernes, 23 de noviembre de 2012

La cena


Llampuga.

O dorado.

O dolphinfish.

O Coryphaena hippurus.

Según si habláis catalán, castellano, inglés o científico.

Yo es que lo hablo todo.

martes, 20 de noviembre de 2012

Harry Potter internacional

En 2008, pasé 4 meses trabajando en una isla griega, en Creta (esa isla que mucha gente se piensa que es otro país, pero no, Creta pertenece a Grecia y es esa isla alargada situada al sur de Grecia. Chipre es esa otra isla, en forma de jamón, al sur de Turquía que sí que es un país independiente de Grecia, aunque comparten idioma). Viví una temporada en Creta, decía. Fueron unos meses curiosos, interesantes, fascinantes, surrealistas y durante los cuales aprendí mucho de mí misma, hasta el punto de hacerme cambiar bastante. Hasta ahora, no había hablado de ellos en este blog, aunque sí que lo hice en su momento en otro lugar.

Pero vayamos al grano.

Lo que quería contar es cómo se inició mi colección de Harry Potter internacional. Porque sí, soy una friki: colecciono Harry Potter (en concreto, el primer libro de la saga, HP y la piedra filosofal) en idiomas extranjeros. Y empecé la colección sin ni siquiera saberlo: estaba en Creta, intentaba aprender el idioma y quería comprarme un libro en esa lengua fascinante de letras preciosas. Y compré Harry Potter.

Ese fue el inicio, aunque no lo supe hasta un par de años después, como ya contaré en su momento.
Así que hoy inicio una nueva etiqueta: HP. Iré colgando por aquí los HP que ya forman mi colección y los HP que se vayan incorporando a la misma, así como dónde, cómo y cuándo los he conseguido.

Aquí empezó todo:

Ο Ηάρι Πότρ και η Φιλοσοφική Λίθος


 Iraklio (o Heraklion o, mejor aún, Ηράκλειο), Creta, Grecia. Septiembre 2008.